Karl Wiener
El manzano
Cada deseo, inmediamente después de su realización, provoca deseos nuevos. Según la leyenda también Adamo y Eva eran echados del Paraíso a causa de sus deseos inconvenientes. Una cosa semejante habría sucedido casi a nuestro amigo.
Ocurría a un día soleado debajo de un cielo azul. Una brisa ligera empujaba nubes blancas a cielo través. Un riachuelo serpenteaba por los prados. Sobre una colina cerca del riachuelo estaba un gran manzano. Su corteza agrietada contaba de su edad y su copa amplia guardaba de los rayos del sol. Allí, en la sombra del manzano, Enrique estaba extendido a su espalda, los brazos cruzado debajo de su cabeza. Miraba hacia arriba a las hojas, cansado del juego al riachuelo y perdido en sus sueños. La luz del sol resplandecía a través del follaje y hacía cosquillas en su nariz. Muchas manzanas, todavía no madura, brillaban fuera de las hojas y prometían una cosecha abundante. Enrique intentaba in vano de contarlas. Eran mucho más que sus diez dedos. El calor le había hecho sed a él. Se levantó y se alzó en las puntas de sus pies para agitar las ramas. Una manzana cayó. La recogió y arrancó un bocado de su presa. Pero que desengaño, la manzana estaba podrida y lleno de gusanos.
El viejo manzano había observado a Enrique. Una brisa agitó sus hojas y el niño le oyó susurrar: “Cada cosa de la vida tiene su tiempo justo”. - Enrique se admiraba. Nunca antes había oído un manzano hablando. Guardaba silencio para escuchar cada palabra y el manzano continuó: ”Las frutas maduras anticipadas muchas veces están carcomidas y podridas. Pon atención de tus sueños, llegado a la meta de sus ansias el hombre a veces esta desengañado.” - El manzano se calló. Enrique estaba dormido.Una luz rocácea penetró sus párpados cerrados. De esta luz salió una bruja bondadosa. “Enrique”, la hada susurró, “te concedo tres deseos que van a cumplirse. Pero no te tomes la decisión a la ligera. La tentación es grande y podría ocurrir que los deseos concedos son gastados cuando menos se piensa”. Después de haber dicho estas palabras la bruja se ausentó.
Enrique pensaba sobre lo que había oído. Ya desde hace mucho tiempo se disgustaba con su hermano, más viejo y ya escolar, que le trataba de nene. Para hacer más impresión, Enrique deseó de ser también escolar. Como prometido el deseo se realizó en seguida y el niño estaba sentado en la clase, sudando de excitación. Fuera, al aire libre, hacía sol. Enrique soñaba de los prados verdes y la sombra del manzano. Ensimismado en sus pensiamentos apoyaba su cabeza en sus manos. Aún disponía de dos deseos. La vida de su maestro le parecía envidiable. Este era siempre de buen humor y, según parece, sabía todas las cosas que un hombre debe saber. Por eso Enrique deseó, que los años de escuela sean pasados y él en lugar de su maestro enseñe a los niños. También ese deseo se cumplió inmediatamente. Ahora él debía enseñar a los niños a escribir y leer. Pero qué susto, él mismo no sabía las cosas que los escolares, deseosos de aprender, estaban exigiendo. Pensaba con anhelo en su abuelo, que parecía de estar muy contento de su vida y sabía contar muchos cuentos divertidos. Enrique quería estar como el abuelo. Apenas pensado, el deseo fue realidad. Enrique estaba sentado en el banco delante de la casa, pestañeando a la luz del sol. Sentía la benignidad del calor en sus miembros viejos. Cuando se levantó pero, debía apoyarse en su bastón. Avanzarse le costaba mucho. Buscó en su cabeza un cuento interesante. Pero allí no estaba nada. Los cuentos del abuelo habían madurado durante muchos años de observación de la vida.
Enrique estaba triste. Se recordó de las palabras del manzano:” Cada cosa de la vida tiene su momento justo”. No camino cunducía hacia atrás a los días felizes de su infancia, porque había usado de todos sus tres deseos. Como sucede pero en los cuentos, la bruja tocó con su varita mágica a él. Enrique se despertó de su sueño y se frotó sus ojos. Sensato de experienca se propuso de contener sus deseos hasta el tiempo justo habrá venido.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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