El Telégrafo óptico es un invento de hace varios siglos que en cierto
modo podría considerarse el equivalente al correo electrónico de hoy en día, aunque sus limitaciones son evidentes a simple vista: transmitía tan solo el equivalente a unos dos bits por segundo, entre puestos situados a un máximo de diez kilómetros. En la baja tecnología utilizada en su construcción se empleaban, literalmente, palos, piedras, metales y algunos rudimentarios instrumentos ópticos para ver a gran distancia.
Si bien desde la más remota historia hay ejemplos en cierto modo equivalentes de envío de «señales visuales» a distancia, las torres de telégrafos ópticos como tales comenzaron a funcionar a finales del siglo XVII.
También conocidos como líneas de semáforos, estos artilugios se sitaban en torres que dominaban con sus vistas diversas zonas claves de la geografía. Los aparatos en sí, de diversos tamaños y diseños, eran mecanismos de madera o metálicos que podían situarse en diversas posiciones, con brazos articulados. Los observadores de las torres podían ver, normalmente a través de un telescopio o catelajo, las diversas posiciones que adoptaban.
Telegrafo Chappe en el Louvre, Francia
Para la comunicación los telégrafos empleaban un «libro de claves». Emitían «números» en secuencia que a su vez indicaban en qué página y línea estaban las palabras que componían un mensaje. La velocidad de estos ingenios era de un símbolo cada 20 segundos, más o menos (algo así como dos bits por segundo).
Los sufridos operarios de las torres eran meros repetidores de los mensajes. Un estricto protocolo fijaba lo que debían hacer durante todo el día, cómo empezaban y acababan los mensajes y demás. El clima era uno de los mayores problemas de este sistema: días nublosos y noches oscuras dificultaban su utilización (además del intenso frío). Una dificultad añadida era que los trazados habían de ser en general rectilíneos porque muchos de los mecanismos eran apenas visibles «en ángulo». Entre torre y torre solía haber unos diez kilómetros de distancia.
Robert Hooke en Inglaterra y Claude Chappe en Francia fueron dos de los pioneros de estos curiosos artilugios. En Francia se llegó a desarrollar una extensa y completa red por todo el país que estuvo en uso hasta hace relativamente poco: 1850.
La red francesa de telégrafos ópticos: 500 estaciones / 5.500 kilómetros
Agustín de Betancourt desarrolló una versión para España, cuya historia detallada se puede leer en interesantísimo trabajo histórico El telégrafo óptico en España (1800-1850). Empezó a funcionar en 1799 y la primera línea proyectada fue Madrid-Cádiz, con unas 60 ó 70 estaciones, aunque sólo terminó construyéndose Madrid-Aranjuez.
Tras vicisitudes diversas, perro conscientes de su importancia, en 1844 el Gobierno se planteó un ambicioso proyecto para interconectar todas las capitales. Poco después otros sistemas de comunicaciones harían obsoleta la parte de la red que se construyó, que dejó de usarse en 1857.
La red española de telégrados ópticos antes de su obsolescencia.
Un mensaje enviado de Madrid a Cádiz podía llegar mediante la línea de semáforos en el tiempo récord de unas dos horas, mientras que un jinete a caballo (la única alternativa a esta primitiva Internet) podía cubrir esa misma distancia portando un mensaje escrito en uno o dos días… si no sufría contratiempos.
A principios de 1838 Samuel Morse hacía una demostración del telégrafo eléctrico, un sistema de comunicación superior, mucho más poderoso, que daría lugar a lo que se ha denominado como la Internet Victoriana. Este invento relegaría a las líneas de semáforos a un segundo plano, hasta su desaparición una década después.
En la actualidad todavía quedan algunas torres medio derruidas en ciertas zonas de España. Aunque lo parezcan, no son mini-castillos: son lo que queda de la Internet del siglo XIX.
Ruinas de un telégrafo óptico en Moralzarzal, Madrid
Foto: (CC) Ignacio Cobos Rey
Via: microsiervos...